Empezar de cero

A día de hoy, todo es salseo. El cotorreo, deporte ancestral, quizá siempre estuvo ahí. ¡Ay, dónde quedaron aquellas miradas intempestivas proyectadas desde los visillos de la señora del frente o el porche de un tendedero! Ese espíritu no ha perecido, sino que se ha trasladado de forma generacional a la más flamante actualidad tecnológica. 

Nuestras pantallas irradian puro morbo, ya sea a la hora de navegar por redes sociales o, por supuesto, a la hora de encender la televisión. Resultaría injusto justificar esta realidad por medio de los espacios explícitamente amarillistas como 'Sálvame'. Tenemos informativos, con sus peleas de gallos enzarzadas en el Congreso de los Diputados. Tenemos boletines deportivos, cuyos montajes emulan el tráiler más digno de una película de Rydley Scott. Tenemos 'realities' con cámaras al hombro colándose en salas de cocina y chiringuitos de verano. Tenemos entrevistas tan cortas que apenas llegamos a conocer el índice del libro que están presentando... eso si se habla del libro más de dos minutos. Sin ponernos demasiado estupendos, podemos decir que la tele desborda un vouyerismo cada vez más inclinado hacia el ruido sensacionalista. Este tipo de televisión no es cosa nuestra, porque viene de cruzar el mundo, testada por millones de espectadores. 

Tampoco debemos ponernos nerviosos. La televisión es un utensilio que te entretiene entre anuncio y anuncio para que compres cosas, no un catalizador de bibliotecas ni una escuela con antenas. Sin embargo, ahora, entre anuncio y anuncio, la gente parece entretenerse menos. Tal vez estemos atragantados de estímulos audiovisuales. Tenemos tantos dispositivos a nuestro alcance... Móviles, tabletas, ordenadores, consolas...




Nos encontramos frente a un abrumador despliegue de contenidos, todos ellos abocados a repetir los esquemas más exitosos. No se repara en contraprogramar, emitiendo lo que todavía no se ve en ningún sitio. El mando a distancia ya no sirve, porque zapees como zapees, siempre darás con el mismo ruido. Internet ha aparecido como un modelo de esparcimiento a la carta, lejos de extensos bloques publicitarios y de copiosas líneas editoriales. Eso sí, en Internet cabe mucho más ruido.

En los 60, la televisión convocaba a más de 20 millones de espectadores. Muchos se arremolinaban en casa del vecino que contaba con uno de esos extraños aparatos. A día de hoy, imaginad al vecino pidiendo nuestro móvil para enviar un WhatsApp, o preguntando: "¿Puedo pasar a ver unos vídeos en Youtube?" Esos 20 ó 30 millones de espectadores han pasado a digerir otro tipo de distracciones, dispersas en cuatro pantallas de diferentes dimensiones. En la actualidad, el programa más exitoso de la televisión no pasa de los 3 millones.

Mientras que la radio puede coger aire cada tres meses, las audiencias televisivas salen día tras día. En un pleno alarde de romanticismo, los trabajadores del medio opinan que los comunicadores son algo más que ese numerito que acondiciona su futuro, o lo que es peor: su estado de ánimo. Pero el audímetro no se queda con tus gustos. Sólo quiere saber si ves un programa o no. En cambio, el EGM que mide audiencias en la radio se queda con algo tan peregrino como el recuerdo. "Señor, ¿qué escucha usted? ¿A Herrera? No, señor... Herrera está ahora en COPE... No, no... Estaba en Onda Cero antes... Entonces, ¿escucha Onda Cero o COPE?" 

Sí, digamos que la precisión de este sistema todavía se debate, pero es a lo que se aferran marcas y cadenas sin alternativa. Ni si quiera la evidente afluencia de clicks por minuto que circulan en la red se cuentan con exactitud. Todavía no sabemos si un espectador de Youtube o iVoox ha consumido un mismo contenido más de una vez. Aún es cuestionable si un programa en Internet es seguido por 100.000 o 63.467 personas. Un directivo de televisión no llega a plantearse un espacio con ese número de seguidores. En ese caso, ¿internet ha arrebatado espectadores a la televisión? ¿Ha cambiado el medio o el usuario? 

Las emisiones de Cero comenzaron en febrero de 2016 con el fin de remozar la existencia de la televisión en España. Han ofrecido contenidos de cara a un nuevo espectro audiovisual como alternativa a las cadenas generalistas. Su intención es atraer a un público que ha sido excluido del target establecido por esas cadenas.

Telefónica, al igual que Vodafone, ha implementado fórmulas capaces de reagrupar a los renegados de la televisión convencional. Movistar + se ha servido del estilo youtuber, del humor, de rostros nuevos o puede que menos aprovechados en otros canales. 'Late Motiv' con Buenafuente, 'Locomundo' con David Broncano, 'Ilustres Ignorantes' con Javier Coronas, 'Cero en Historia' con Joaquín Reyes, 'Radio Gaga' con Quique Peinado y Manuel Burque... son algunos de los programas de autor que se han nutrido de esta corriente, basada en secciones tan ágiles como estéticas. Ambos factores dotan de susceptibilidad a un programa ser fragmentado, colgado, distribuido y consumido por los internautas. Con el tiempo, este fenómeno sostendrá la viabilidad de dichos espacios. Pero, como se dice en los pueblos, aún debemos estar en el plato y en las tajadas.

Cero ha tratado de hacer lo mismo que otras escuderías, pero mejor. ¿Cómo? Seleccionando un género ya estandarizado para acicalarlo mediante recursos innovadores. Hay que huir de caracteres manidos. Por el momento, estos ingredientes son demandados por menos personas que las que ponen Televisión Española, Antena 3, Cuatro, Telecinco o laSexta. Tendremos que permanecer alerta y no olvidar que ese trasvase de espectadores se producirá en próximas generaciones. Por el momento, seguiremos teniendo una antena en el tejado, una radio enchufada y el Internet en el bolsillo. En misa y repicando. Todo a la vez, sin olvidar lo que hay más allá del ruido.